Capítulo Provincial de Arlés
Entre aquellos dominaba por su virtud y su ciencia fray Antonio, cuyos éxitos en el apostolado y milagros de tanta celebridad eran por todos comentados. Fr. Antonio parecía olvidarlo todo y sin jactancia ni afectación, humilde y recogido, ocupaba su puesto, siendo la figura más destacada en aquel cuadro encantador de sencillez franciscana.
Eran los capítulos provinciales en la Orden franciscana, reuniones de superiores de una Provincia o territorio con número ilimitado de conventos que tenían jurisdicción propia, bajo la común obediencia de un Superior llamado Provincial. En ellos se trataban asuntos de gran interés para todas las familias conventuales y se procedía al nombramiento de Custodios para territorios de pequeña extensión donde estuvieran establecidos tan sólo algunos conventos; y para la elección de guardianes o superiores locales, pues los Provinciales eran nombrados por el Capítulo General. A mediados de septiembre de 1226, se reunieron en Arlés los capitulares de Francia y presidió el capítulo Fr. Juan Bonelli de Florencia.
Entre aquellos dominaba por su virtud y su ciencia fray Antonio, cuyos éxitos en el apostolado y milagros de tanta celebridad eran por todos comentados. Fr. Antonio parecía olvidarlo todo y sin jactancia ni afectación, humilde y recogido, ocupaba su puesto, siendo la figura más destacada en aquel cuadro encantador de sencillez franciscana.
Dirigía la palabra a los Padres capitulares Fr. Antonio, por mandato de Fr. Juan Bonellí, presidente de aquella asamblea. Tomó el orador como tema la festividad del día 14 de septiembre y puso por texto las palabras del epígrafe: “¡Jesús Nazareno, Rey de los Judíos!”.
Estaban todos absortos, impresionados por la viveza de expresión y acertada interpretación escritutaria, cuando uno de los allí presentes, Fr. Monaldo, es arrebatado en éxtasis. Hacia él se vuelven las miradas y todos sienten la fuerza de lo sobrenatural que en el rostro de aquel resplandece. ¿Qué es lo que estaba contemplando Fr. Monaldo? Nadie lo sabe; pero todos experimentan en su alma seráfico ardor, alegría santa, deseos de ser crucificados con Cristo. Al volver en sí del éxtasis, se desahoga el religioso con sus hermanos y les manifiesta la visión que sus ojos contemplaban, fijos en la puerta de entrada a la sala capitular, en donde acababa de ver a Fr. Francisco de Asís, elevado en alto, resplandeciéndole el rostro, con los brazos extendidos en forma de Cruz y, después bendiciendo a los frailes. Todos creyeron a Fr. Monaldo; su vida ejemplar, su sencillez candorosa y su humildad reconocida daban crédito a sus palabras. El testimonio de S. Buenaventura dio sello definitivo a este hecho portentoso.
Pocos días después, el 3 de octubre, tenía lugar el glorioso tránsito del alma de Fr. Francisco, quien dejaba la tierra para ratificar en el cielo la bendición dada a Fr. Antonio y los suyos el 14 de septiembre en el imborrable Capítulo de Arlés.
En dicho Capítulo fue designado Fr. Antonio Custodio de Limoges, con jurisdicción sobre tres conventos. Llevaban aquí los Franciscanos tres años de residencia y prometía ser, en breve tiempo, importante Provincia franciscana. Nadie como Fr. Antonio para lograrlo: su prestigio y actividad y la bendición del cielo obre las obras que el religioso emprendía, auguraban éxito completo.
Así lo comprendieron los capitulares y, por ello, salió electo para tan importante cargo por unanimidad de votos.
Fr. Vittorio. Número 74
13 de mayo de 1948