Trisomía cromosómica -I-
Tengo muchos años, y desde pequeño fui adquiriendo el conocimiento de mi mismo y de todo aquello con lo que me iba relacionando y poco a poco fui aprendiendo a “Ser y vivir con fidelidad, la conducta consciente de un Hijo de Dios”
Diversas y muy variadas circunstancias ambientales de mi vida, acabaron doctorándome en medicina y cirugía “cum laude” a los 24 años, cuando a los 21 la escuela oficial de magisterio de Barcelona, ya me había reconocido, con el correspondiente título, mi capacidad para ejercer como maestro de escuela de primera enseñanza. Además seguía estudiando y trabajando con la ilusión de ser capaz:
1º de conocer el “camino” ideal para desarrollar hasta el “nivel óptimo” todas las capacidades posibles del proyecto genético de un recién nacido.
2º Aprender y enseñar a todos los que lo desearan, los mejores modos y maneras posibles con los cuales “andar este camino” en el día a día, de cada día.
La experiencia me ha enseñado que la mayoría de veces, quienes desean conocer y “andar ese camino” son los padres y familiares del recién nacido, que está confiado a sus cuidados y al que acompañan y disfrutan desde el primer día de su vida hasta el último de la etapa infantil.
Llegar al nivel óptimo del desarrollo de cualquier proyecto de la dotación genética humana, siempre es un concepto teórico que depende de cuales sean los valores y cual el criterio con el que se juzga cada valor.
El desarrollo óptimo del proyecto genético, tiene criterios múltiples y diversos, y por lo tanto ante la misma fórmula genética, es posible plantear objetivos óptimos desde puntos de vista muy distintos, porque el SER HUMANO tiene muchas y muy variadas posibilidades de ser.
Tanto como médico como personalmente, creo de manera firme e indiscutible que lo más importante, lo más trascendente y por lo tanto, el objetivo óptimo de todo ser humano, es adquirir la consciencia, ser la persona y vivir la vida que Dios o la naturaleza han proyectado para él, a través de su dotación genética y su integración en su entorno cultural y social.
Desde hace más de 60 años, creo que no he cesado en ningún momento de mi vida de seguir descubriendo, estudiando y aprendiendo formas, estrategias, técnicas y modos de actuación que influyan en el resultado final que se consiga en cuanto al nivel de desarrollo de aquellas capacidades, de aquellas posibilidades con las que Dios, para los que tenemos fe y la naturaleza para los que no la tienen, nos proyectó a través de la dotación genética. Aunque yo no lo sabía, en realidad estaba aprendiendo el arte y la ciencia a la que hoy denomino “cultivador de cerebros”.
En el nivel más elemental de nuestra cultura actual, para todos está presente la idea general y popular que dice: La cosecha final siempre depende de tres circunstancias fundamentales:
1ª La dotación genética con la que Dios-naturaleza, ha dotado a cada ser vivo.
2ª El entorno físico, biológico, bioquímico, psicológico y social en el cual Dios o la naturaleza, depositan y confían el cultivo de estas posibilidades genéticas y vitales.
3ª La calidad de este cultivo que abarca aspectos tan distintos e intangibles que van desde la complacencia afectiva, la dietética o el nivel cultural de los cultivadores-educadores-cuidadores.
Todavía no habían cumplido los 10 años, cuando mi tío, el agricultor, (que por cierto, escasamente sabía leer y escribir), me dio dos granos de trigo que previamente había seleccionado y me ayudó a sembrarlos uno al lado del otro marcando con una señal muy visible e inequívoca, el lugar dónde habíamos sembrado cada uno de los granos. Al cabo de unos meses, cuando yo ni siquiera me acordaba de lo que habíamos sembrado durante las vacaciones de otoño, mi tío, el agricultor me llamó la atención acerca de la espiga que había brotado de cada uno de los dos granos, que él previamente había seleccionado y que luego habíamos sembrado diferenciando claramente la posición de cada uno.
Cada grano había engendrado una espiga de trigo, pero las dos espigas eran muy distintas.
Entonces, mi tío me recordó que los dos granos no eran iguales, ni siquiera parecidos. Uno era grande, de apariencia robusta y saludable mientras que el otro grano era pequeño, “escuchimizado”, y de apariencia poco atractiva.
Las dos espigas aparentemente tenían cualidades semejantes a las del grano que les dio origen.
Del grano grande y saludable, había nacido una espiga de tallo más largo, más grande y granada que la espiga del otro grano, que era más pequeña, con menos granos y su tallo era más débil y doblado. Este es el primer ejemplo que tuve en mi vida acerca de la influencia que tiene la dotación genética en el resultado final de la cosecha.
Dr. José Moyá
Diagnóstico y tratamiento educativo