¿Cómo oraba Jesús los salmos?
El temblor sagrado de los Salmos. Los Salmos son área de oración, son escuela de oración, Como “escuela” tienen su teología y su pedagogía: Orar con los Salmos: de maneras diversas, con posturas diversas, con músicas diversas…
Los orantes nos enseñan a orar. Lo más inviolable del ser humano es la oración. Nadie, absolutamente nadie, puede entrar en mi santuario, en lo más mismísimo de mí para decir quién soy yo ante mi Dios. Me atrevería a decir que el hombre nace orando y muere orando. Hablando de este modo estoy diciendo que la oración, en su última y absoluta realidad, es esa “supra” o “infra-consciencia” de que yo soy yo porque soy ante Otro.
Estamos analizando lo “in-analizable”: los componentes esenciales del ser.
Haciéndome filósofo –o simplemente humano pensante, humano buscador– diré: Orar es ser ante Dios. Nací orando y moriré orando; nací ante Dios y moriré ante Dios.
Cuando rezamos (mejor, oramos) los salmos, nos damos cuenta de que dentro de un salmo hubo un orante. El orante habla a Dios y a dos milenios y medio de distancia yo me doy cuenta de que era verdad lo que decía.
Sin duda que estudiar los salmos, cada uno, ayuda mucho y muchísimo, para comprender los salmos; pero la esencia pura de los salmos no te la dan los libros:
“Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo. Mi alma está sedienta de ti; mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua…” Es el comienzo del Salmo 63. Si yo digo: Oh Dios, tú eres mi Dios, ¿qué estoy diciendo? Ningún diccionario me puede dar respuesta satisfactoria.
Un preso que está en la cárcel por mil atropellos que ha hecho, ¿puede decir esto mismo…? Sin ninguna duda. Y ¿qué está diciendo? Solo Dios, que lo escucha, lo sabe. Pero está diciendo una verdad, la verdad de su vida.
Es decir, la oración es experiencia de Dios, presencia de Dios, y rompe todos los esquemas.
Jesús y los Salmos
Jesús no tiene una pedagogía al uso de la oración, lo más importante de la vida. Jesús oró, y su simple oración. Oró con los Salmos cuando iba a la sinagoga:
“Enseñaba en las sinagogas, y todos lo alababan. Fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura” (Lc 4,15-16).
No le preguntan los discípulos:
-Maestro, tú ¿cómo oras los salmos?
Ni tampoco:
-Maestro, enséñanos a rezar los salmos, a orar con los salmos.
La oración de Jesús, oración del Hijo al Padre, “excede los salmos”. Muy importante aquello que nos recuerda san Lucas en la aparición de Jesús en el Cenáculo, que les mencionó su presencia en los Salmos: “Y les dijo: «Esto es lo que os dije mientras estaba con vosotros: que era necesario que se cumpliera todo lo escrito en la Ley de Moisés y en los Profetas y Salmos acerca de mí»” (Lc 24,46).
Pero ya antes lo había dicho como lo transmite el Evangelio de San Marcos:
“Mientras enseñaba en el templo, Jesús preguntó:
«¿Cómo dicen los escribas que el Mesías es hijo de David? El mismo David, movido por el Espíritu Santo, dice: “Dijo el Señor a mi Señor: siéntate a mi derecha, y haré de tus enemigos estrado de tus pies”. Si el mismo David lo llama Señor, ¿cómo puede ser hijo suyo?». Una muchedumbre numerosa le escuchaba a gusto” (Mc 12, 35-37).
El temblor sagrado de los Salmos. Los Salmos son área de oración, son escuela de oración, Como “escuela” tienen su teología y su pedagogía: Orar con los Salmos: de maneras diversas, con posturas diversas, con músicas diversas…
Y, si se quiere…, hasta danzar con los salmos, como David danzaba ante el arca.
“David y toda la casa de Israel bailaban ante el Señor con instrumentos de ciprés, cítaras, arpas, tambores, sistros y címbalos…
David iba danzando ante el Señor con todas sus fuerzas, ceñido de un efod de lino” (2 Sam 6,5. 14).
Pero, al orar con los Salmos, hemos de transcender los mismos Salmos como Jesús los transcendía. Porque, al final, la oración está más allá de todas las almas.
La oración, del modo más sencillo, como oración vocal; o la oración como oración de contemplación, la que suavemente somos llamados; o la oración en la celebración de la liturgia es unión con mi Dios entrañable y Altísimo -Él en mí y yo en Él- y es la entrada en el diálogo de amor que yo he de tener en el cielo como mi Señor.
Rufino María Grández
Colaborador de la revista El Santo